Teólogo:
Cruz Monasterio
Tema: La Concupiscencia de la
carne
Texto: Stg 1:13-14-15; “Cuando alguno es tentado, no diga que
es tentado de parte de Dios; porque Dios no puede ser tentado por el mal, ni él
tienta a nadie; sino que cada uno es tentado, cuando de su propia
concupiscencia es atraído y seducido. Entonces la concupiscencia, después que
ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado, siendo consumado, da a luz la
muerte.”
Preliminar y Desarrollo
Concepto definido, Homiletico
y Hermenéutico de la Concupiscencia: Es una Codicia ilegítima y desordenada. (Rom 1:24; “Por
lo cual también Dios los entregó a la inmundicia, en las concupiscencias de sus
corazones, de modo que deshonraron entre sí sus propios cuerpos.” 6:12; “No
reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, de modo que lo obedezcáis en
sus concupiscencias.” 1 Tés 4:5; “No en pasión de concupiscencia, como los
gentiles que no conocen a Dios.” 1 Ped 4:2; “Para no vivir el
tiempo que resta en la carne, conforme a las concupiscencias de los hombres,
sino conforme a la voluntad de Dios.” 2 Ped 1:4; “Por medio de las
cuales nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas
llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la
corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia.” 2:10-18; “Y
mayormente a aquellos que, siguiendo la carne, andan en concupiscencia e
inmundicia, y desprecian el señorío. Atrevidos y contumaces, no temen decir mal
de las potestades superiores, mientras que los ángeles, que son mayores en
fuerza y en potencia, no pronuncian juicio de maldición contra ellas delante
del Señor. Pero éstos, hablando mal de cosas que no entienden, como
animales irracionales, nacidos para presa y destrucción, perecerán en su propia
perdición, recibiendo el galardón de su injusticia, ya que tienen por
delicia el gozar de deleites cada día. Estos son inmundicias y manchas, quienes
aun mientras comen con vosotros, se recrean en sus errores. Tienen los
ojos llenos de adulterio, no se sacian de pecar, seducen a las almas
inconstantes, tienen el corazón habituado a la codicia, y son hijos de
maldición. Han dejado el camino recto, y se han extraviado siguiendo el
camino de Balaam hijo de Beor, el cual amó el premio de la maldad, y fue
reprendido por su iniquidad; pues una muda bestia de carga, hablando con voz de
hombre, refrenó la locura del profeta. Estos son fuentes sin agua, y nubes
empujadas por la tormenta; para los cuales la más densa oscuridad está
reservada para siempre. Pues hablando palabras infladas y vanas, seducen
con concupiscencias de la carne y disoluciones a los que verdaderamente habían
huido de los que viven en error.” 2 Ped
3:3; “Sabiendo primero esto, que en los postreros días vendrán
burladores, andando según sus propias concupiscencias.”)
(1 Juan 2:16; “Porque
todo lo que hay en el mundo, la pasión de la carne, la pasión de los ojos, y la
arrogancia de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo.”). Queridos
hermanos (as) amigos, es importante distinguir entre el mundo como creación
física, es decir la naturaleza, y el mundo en el sentido moral. La naturaleza
seguirá siendo una maravillosa representación del poder de Dios hasta los
últimos tiempos. La belleza natural del mundo es incomparable, ni siquiera el
gran rey Salomón había podido vestirse con la elegancia de una de las
florecillas del campo que nacían y morían en un día.
Cuando se dice que Satanás es el príncipe de este mundo no se
refiere a que la Tierra le pertenece, pues jamás dejó de ser de Dios y siempre
lo será. Lo que el diablo tiene bajo su poder es la esfera del mal que abarca
gran parte de la humanidad, es decir el mundo que está separado de Dios.
Se trata del mundo que no reconoce ni toma en cuenta a su
Creador, aquel mundo de las apariencias y vanidades, de las ilusiones y
jactancias humanas, que no provienen de Dios.
Observamos que la mundanalidad no proviene de cuestiones
externas, pues está enraizada en el corazón. Los deseos de la carne nacen en el
corazón pasan por la mente y se convierten en realidad. Primero se piensa
afanosamente en satisfacer los deseos físicos, aquellos atractivos placeres
sensuales, luego se actúa.
En el corazón del hombre se generan las necesidades de poseer
objetos y acumularlos, esa es la pasión o concupiscencia de los ojos. El humano
se deleita en las posesiones y las riquezas sin darse cuenta de estar cayendo
bajo el tremendo dominio de la codicia.
La obsesión que cada uno tiene sobre la importancia de sí mismo
o la fijación con el nivel social de muchos son claros ejemplos de las
vanaglorias de la vida de este mundo. La humanidad vana anhela la grandeza y no
duda en ostentar en su búsqueda de reconocimiento.
Lo que hay en el mundo es la suma de lo que la carne desea, de
lo que deleita a los ojos y de aquello que ensoberbece al alma. Aunque parezcan
grandes cosas, aparecen y desaparecen rápidamente, pues nada de lo que es del
mundo perdura por mucho tiempo, pues se desvanece para luego morir.
Lo único que permanece
es el amor de Dios. El mundo pasa, el Predicador afirma que no hay nada nuevo
debajo del sol (Eclesiastés 1:1-11; “Palabras del Predicador, hijo de
David, rey en Jerusalén. Vanidad de vanidades, dijo el Predicador; vanidad de
vanidades, todo es vanidad. ¿Qué provecho tiene el hombre de todo su
trabajo con que se afana debajo del sol? Generación va, y generación
viene; mas la tierra siempre permanece. Sale el sol, y se pone el sol, y
se apresura a volver al lugar de donde se levanta. El viento tira hacia el
sur, y rodea al norte; va girando de continuo, y a sus giros vuelve el viento
de nuevo. Los ríos todos van al mar, y el mar no se llena; al lugar de
donde los ríos vinieron, allí vuelven para correr de nuevo. Todas las
cosas son fatigosas más de lo que el hombre puede expresar; nunca se sacia el
ojo de ver, ni el oído de oír. ¿Qué es lo que fue? Lo mismo que será. ¿Qué
es lo que ha sido hecho? Lo mismo que se hará; y nada hay nuevo debajo del
sol. ¿Hay algo de que se puede decir: He aquí esto es nuevo? Ya fue en los
siglos que nos han precedido. No hay memoria de lo que precedió, ni
tampoco de lo que sucederá habrá memoria en los que serán después.”).
Conclusiòn
El hombre alejado de Dios pone su mirada en el futuro, porque
cree que puede proyectarse y lo único que hace es caer en vanidad.
¿Qué provecho tiene el hombre sin Dios de todo su trabajo con
que se afana debajo del sol? La respuesta es “ninguno”, pues nada de lo que
pueda conseguir permanece, solo aquello que está enraizado en Dios perdura para
siempre. El creyente debe guardar su corazón, pues es posible que todavía
albergue actitudes mundanas. Enfoquémonos en las cosas que Dios ama y vivamos
alejados de las cosas que representan al mundo y están sustentadas por el
príncipe del mal. Ya no vivo yo, más Cristo vive en mí.
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